A Argentina le ha pasado este mes dos desgracias que marcarán la vida del país para siempre:
La eliminación del mundial de fútbol Sudáfrica 2010 a manos de Alemania, por goleada, con su dios en la banca y con su pulga en el campo dándole a los parantes y travesaño. De poco le servirá el consuelo de que a Brasil le pasó lo mismo, su eterno rival y mejor equipo. Argentina le dijo adiós al sueño de la copa y ni eso le abre los ojos para ver que una persona que no puede manejar los asuntos más elementales de su vida no puede manejar un equipo del que se espera mucho. Maradona seguirá en la dirección técnica y el video del cuatro a cero quedará guardado para siempre. Una tragedia.
La segunda desgracia era más inminente que la primera. O sea, Maradona podía haber campeonado, si quieres, pero lo que era inevitable ocurrió esta semana: se aprobó en el congreso el mal llamado matrimonio homosexual. Los señores de la comunidad gay, que a lo mejor tiene elementos de intersección en el legislativo argentino, están celebrando una medida que atenta de manera radical con la naturaleza y los fines de la familia. Dos personas del mismo sexo pueden formar una asociación civil, una sociedad, una empresa, lo que se te ocurra; pero no una familia donde lo esencial es la complementareidad de los esposos. Una complementareidad tal que de ella se genera naturalmente una nueva vida. Lo que hace a una familia es la conyugalidad, su origen esponsal (para no ponerla difícil, que marido y mujer se complementen hasta ser uno mismo, en cuerpo y alma hasta que de ese amor nazca el calato).
Digo, es una desgracia, sin mancillar el honor ni rebajar los derechos de las personas que libremente han elegido vivir la homosexualidad. Respeto para ellos y ellas, sin aprobar sus actos no naturales; pero hay que aceptar que el sombrero es para la cabeza y el matrimonio para hombre y mujer.
No nos asombremos que pronto esa ley se apruebe en todos los países y que la mayoría termine viendo como normal lo que no es. Podremos ser minoría quienes estemos en la verdad, pero la verdad - gracias a Dios - no se somete a votación democrática.
Nos la ponen difícil estos legisladores que no saben el alcance de su error, pero, como dijo Mateos (que dicho sea de paso, a lo mejor no esté de acuerdo con lo que he dicho) tirá para arriba, tirá!