A la Pontificia Universidad Católica del Perú le guardo un cariño espacialísimo. Allí, en sus aulas (o mejor dicho, en el cafetín de educación, que por cierto era malo, para qué) me enamoré de mi esposa, o sea que si no fuera por la PUCP, tendría menos canas pero no sería tan feliz como soy ahora.
El problema es que la Católica no quiere serlo; como cuando Gualberto Siesquén no quiere ser Gualberto sino Gilbert y tampoco Siesquén, sino McMillan, o por el estilo. La cosa es que a ambos, a Gualberto y a la católica les une una verdad irrefutable: el origen. De éste conservan su nombre. El nombre ya dice mucho. Me hace recordar este caso a un cuento de Ribeyro que se llama Alienacón en el que un zambito luchaba por no serlo...
El asunto central de la cuestión es que no puede ser pontificia católica una universidad que no acepta al Papa como su autoridad máxima y a su representante como Gran Canciller. Obviamante no se puede educar a los estudiantes en la mentira o en contra de los principios del magisterio de la Iglesia y eso, en la PUCP está bien difícil que se respete (hay cada profesor...) Pero la lógica da las soluciones y son dos, facilito, como pa' bruto, como dice Phillip Butters: Deja de llamarse así o se alínea a la Iglesia.
Déjense de cosas, que si Monseñor Cipriani quiere los bienes de la universidad, que si no me cae; que si Marcial Rubio debería confesarse y cargar el anda en alguna procesión... Por último, si decide ser lo que su nombre proclama, y si eres profesor que no te gusta o no crees en lo que la iglesia enseña, fácil, busca una nueva chambita. Desde aquí mando mi fuerza pollina para que se haga la luz en las tinieblas, que no son las de la iglesia, sino de la soberbia.