martes, 12 de mayo de 2009

Un DVD pirata


No hay nada qué hacer: el cine es todo un arte. 
Me siento en el sillón (mi esposa lo diría de un modo mucho mejor, por lo expresivo: "Me arreconchumo en el sillón y chapo mi canchita) y me dispongo a ver una película en DVD pirata. Y  dejo atrapar por esa historia que un director ha sabido conducir. No importa que me miren con desdén los que defienden que la piratería es un delito. De hecho mi hijo me miró feo una vez que vio esa propaganda mala leche que pasaban en el cine donde el hijo le daba a su papá un 20 pirata. Yo sigo en el delito que considero menor, al menos mi caserita lo agradece. Punto aparte.

Tengo que decir que yo no soy, ni lo seré, un conocedor del cine. En mi trabajo opinan lo contrario, pero no es verdad. Sólo soy un chismoso esnob, con su cuota de emotividad al que le gusta el cine no tan complicado ni tan barato. Que compra pirata porque es la única forma que tengo de ver muchas películas que no llegan al Perú sin que la compu se llene de virus.

También voy al cine, como todos, cuando hay plata, aunque sufro de mal genio y me molesta que la gente hable por celular o se ponga a reír en una escena en la que hay que llorar.

Disfruto con películas de buen guión y me entran unas ganas de decir algunos títulos, pero no. Diré apenas que pienso que la clave de una buena peli es su guionista. El guionista puede hacer maravillas con la historia y también, contrario sensu (sic) - así dicen algunos abogados amigos míos - pueden malograr una buena historia con escenas chabacanas y groseras totalmente gratuitas.
Hoy vi una película que me partió el alma. Ya la habrán visto, se llama Kramer vs. Kramer. Yo no la había visto antes y debo decir que, salvo una escena que no viene al caso por lo inútil para la historia, ésta es una verdadera joya.

No ha has visto tampoco? Mírala. Si para la próxima semana me visitas (y yo recupero las ganas), te prometo hablar del tema central de la historia.

Más burro que nunca,
El burro mayor.


 

Julio Ramón y César Abraham

Hoy me llamó un amigo que estaba medio perdido hace tiempo y, como dicen los gringos, me hizo el día. Luego de hablar con él por largo rato recordé un texto de Ribeyro, el gran literato peruano. Decía Julio Ramón que las amistades las almacena uno como en cajones, de tal modo que nuestra vida está llena de cajones donde aquella intimidad no se comparte sino con el copropietario de ese lugar. Cuando reaparece un amigo se vuelve abrir el cajón que permanecía cerrado todo ese tiempo y salen de él los recuerdos, los afectos, los secretos.
Hoy se cerró también un cajón en mi vida: Murió Koki Medianero y ya no se podrá jugar más con él a la pelota. Murió en un accidente de un ómnibus interprovincial, de esos que son tan frecuentes en un país tan desordenado e irresponsable como el nuestro.

También se puede perder un amigo, incluso sin que haya muerto - y quizás en este caso peor aun - es lo más triste que te puede pasar. Es un vacío que no podrá llenar otro y que reclama, mientras sea posible, ser habitado nuevamente.
Creer que todavía tienes a ese amigo y, de un porrazo, saber que no es así, es un golpe del que es difícil recuperarse.

Y como dijo Vallejo, otro maestro,  hoy fue domingo en las claras orejas de mi burro, de mi burro peruano en el Perú (Perdonen la tristeza).